domingo, 15 de septiembre de 2013

Con vistas al interior


No soy el mejor hombre que has conocido,
ni la mitad de bueno de los que te quedarían por explorar,
ni siquiera tengo estudios y mi voz
se quiebra ante cualquiera que me mire a los ojos.
Mi tristeza se acentúa los domingos
pero en realidad es mi estado más corriente.
A veces sufro ansiedad,
también ira,
tengo veinte segundos complicados en los que puedo
desde matar a un hombre a dormir sin ella.
No diría que estoy loco pero soy un cuerdo anormal.

En serio, soy un desastre,
ni siquiera soy fiel,
si escucho tacones bailo canciones perversas,
si veo un escote busco el mar en otros puertos,
mejor no hablar si al poniente
le da por levantar una falda en mi presencia.
La última vez que pedí perdón
tenía diecinueve años
y el ya no podía escucharme.

Hace tiempo que no confío en nadie,
la esperanza me resulta un acto masoquista,
la fe un mal truco de magia,
el destino un folio en blanco
que escribo con faltas de ortografía
para que el tampoco sepa guiarme.

Quizás si te vas ahora,
alguien podrá darte el placer
que no concibo sin dolor.
Alguien, cualquiera,
podrá hacerte promesas preciosas de esas
que jamás se cumplen
 y tu puedas sonreír dignamente,
atando tus sueños a un futuro que no existe.

Creo cuando miro tu boca,
que hay mujeres que deberían poner más cuidado
en esconder la sonrisa que las bragas.
Pero esto casi solo me ocurre contigo.

Supongo que tu boca es capaz de hacer esclavo a un hombre.
Y seguramente a estas alturas de mi vida
lo fácil sería no rebelarse.
Y dejarme llevar o caer,
porque cuando la abres así como quién bosteza sin más
yo veo un precipicio donde caer es levantarse
y huir de ella es conseguir que el vértigo
te persiga hasta que te tumbe.
Y tumbados ya sabes que el amor
a mí siempre me ha sabido a coño.


Pero es cierto,
que deberías marcharte,
a que el amor te sorprenda por la espalda
y dejar en la puerta un te quiero
por si un día al salir no se quien soy.

Porque si te quedas,
no sabrás que pienso cuando pienso tanto,
ni oirás un yo también después de un te amo,
porque jamás supe forzar una palabra
y ya es tarde para contradecir mi abecedario.
Y no sabré decir nunca que te quedes,
ni aunque sea mi deseo primordial
porque si yo pudiera irme de mi mismo,
también lo haría.

Ni siquiera si decides quedarte
podré escribir algún verso decente en tu nombre
porque sería demasiado feliz
para ser poeta.

Quizás no entiendas que hay gente,
que necesita echar de menos
para no echarse de más.
Que hay gente a la que sonreír en estos tiempos
le parece un insulto,
que respirar una osadía,
que vivir un arrebato,
que perder una rutina.

Quizás no entiendas que soy de ese tipo de gente.
Alguien incapaz de volar sin resaca,
un tipo que se juega a la carta más alta
su próximo desequilibrio.
Un algo que no es alguien
si no suena su nombre
desde la garganta más profunda
de un bar de carretera.

Deberías irte,
recoger tus caricias de mi espalda,
atravesar mi corazón hacía fuera,
que pueda verse en el agujero de mi pecho
los escombros que has dejado tras tu marcha.
Ignorar aquello que ves en mis ojos,
lo que te gritan mis párpados cuando te observo
porque en realidad solamente la ignorancia
puede hacer feliz a las personas.

Y bajar las escaleras con tus tacones negros,
los mismos que te quitaba con la boca,
cada noche que el deseo
nos ponía de rodillas.
Y perderte calle abajo,
como se pierden los autobuses y los coches
y las putas de la calle Magdalena
y las madres de los niños de colegio.
Como si pierden las nubes que no mojan
o el sol que no calienta.
Sin un adiós, sin hasta nunca,
solo silencio.

Deberías irte ahora mismo,
porque es el único modo que tenemos de saber
si de verdad te necesito.