lunes, 15 de marzo de 2021

TEGUCIALPA

 Ella odia que la llame por su nombre.

Como si necesitara sentirse otra conmigo.
Distinta, especial, original, única.
Un apodo que solo sepa yo y que al decirlo
ella se adueñe de él,
de mi voz
y de mi boca.
Pero la observo y no sé qué decir,
como si las palabras no estuvieran de mi parte.
Como si no existiera un adjetivo
que la mereciera.
Un nombre que la dignifique.
Un verbo que la domestique.
Tiene en la risa esa melodía
que a veces he danzado antes del sueño,
como si la felicidad no pudiera ser de otro modo
que con ella.
El pelo negro como adentrarse en un túnel,
los ojos brillantes como si supiera
donde están todos los interruptores
que le dan luz a la vida.
Tengo la sensación de haberla dibujado
antes de que existiera.
De haberla trazado uniendo puntos
en el aire hasta darle forma.
Y qué ahora viene a por lo que es suyo.
La autoestima es una hoguera que tirita
y ella cada vez que aparece,
echa otro tronco en el fuego.
No solo para que no se apague
si no para que el calor
pueda abrigarnos a los dos.
Como si solo mutuo pudiera ser eterno.
Ayer se desnudó y fue como si el sexo
se hubiera colocado de espectador ficticio,
como si verla fuera más arte que porno,
más paisaje que sexo,
más asombro que hambre.
Como si supiera en ese instante,
que no se puede lamer un precipicio,
bailar en un volcán,
abrazar una montaña.
Ella quiere un nombre
y yo no necesito llamarla
para que exista.
El problema de no estar a la altura,
no es una cuestión de tamaño
si no de profundidad.
Nos limitamos a medir desde el suelo
y olvidamos las raíces.
Y las suyas están llenando de primaveras
todos los caminos que aún,
ni siquiera me he atrevido a recorrer.
Ella quiere un nombre e ignora
que lo importante no es como la llame
si no cuanto lo hago.
Desde el más frío al silencio,
al más ardiente gemido.
Desde el eco más perverso,
a mí voz tiritando al otro lado del teléfono.
Desde la canción que me la recuerda,
al vacío que me la arrebata.
La llamo, la llamo, la llamo.
Y ojalá siempre aparezca.

lunes, 1 de marzo de 2021

YAKARTA

 Espérame donde los sueños,

donde la promesas llevan un vestido tan corto

que si soplas, se cumplen.

Donde la tristeza se rompe en la primera sonrisa

y la nostalgia es una canción

que ya no ponemos a todo volumen.

Espérame donde el clima

dependa solamente de nosotros.

Donde el calendario nos pague cada deuda con un beso

y el silencio se rompa primero con tu nombre

y luego con el mío.

Como si necesitáramos  etiquetar el amor

para hacerlo nuestro.

Espérame en la última esquina de la esperanza,

en la calle esa en la que dejamos la vida a medias

por si algún día pasábamos por allí recuperarla.

Detrás del rincón del miedo,

justo donde el pecado es una curva,

que lleva a otra,

como si sus bordillos  conocieran tu desnudo

mejor que mis propias manos.

Espérame donde la duda,

donde el tal vez y el por si acaso,

donde el ojalá se nos ha hecho eterno

para que tengamos un secreto

que gritar a medias. 

Espérame si el ego te traiciona,

si ahora el espejo es el enemigo,

si lloras por las noches,

si no hallas la paz que te guardo en mi pecho,

si sufres de  insomnio,

o te deprimes,

si piensas que la vida es una mierda,

si bailas la canción equivocada,

si al puzzle aún le falta alguna pieza,

si has confundido sed con borrachera,

abrir las piernas con romanticismo,

vivir con ese acto tan común

de ir sumando años sin sentido.

Y digo espérame absurdamente,

porque si tú decides esquivar el frío

y caminas con el abrazo que me debes

al sitio que te explico en el poema,

a ese lugar que habita en tu memoria,

verás que estoy ahí exactamente,

justo desde el momento en que nos vimos

e hicimos del futuro una trinchera.

Que mi cuerpo tal vez se haya movido,

pero ahí sigue mi alma

y mis palabras,

ahí siguen la promesas

y los sueños.

Ahí sigue mi piel, 

sigue mi hambre,

sigue mi corazón,

sigue mi vida.

Y no hacen otra cosa que esperarte.