lunes, 13 de mayo de 2024

A propósito de ti (2)

“Si antes de hacerte la herida te da un beso no te quiere. Si después de hacerte la herida te da un beso no te quiere. Lo puede entender cualquiera ¿A que si?


Pues yo no.



(B)

 El viejo Manuel entre copas dijo una vez:


-El que ignora siempre es más feliz que el que sabe. De hecho cuanto más cerca estés de la ignorancia más feliz eres.


-Pero también eres mucho más estúpido. Reproché yo.


-¿Y tú qué prefieres ser un estúpido feliz o un inteligente triste? Preguntó sin quitar los ojos de su copa.


El viejo Manuel siempre dejaba alguna pregunta en el aire, para que te pelearas un rato con la duda. Ni siquiera buscaba una respuesta. Le importaba una mierda tú respuesta. Él hablaba contigo pero a su vez lo hacía con él mismo. Cómo si en lugar de un acompañante tuviera un espejo.


-Yo sé mucho de casi todo. Y nunca he sido feliz. De volver atrás, aprendería menos y disfrutaría más. Para lo único que sirve tener la razón es para el orgullo y el orgullo es el mayor sinónimo de la palabra soledad que existe. Dijo antes de salir por la puerta del bar, con ese caminar extraño que había adquirido a base de borracheras. Nunca tuve la certeza de si siempre estaba borracho o si siempre caminaba así. 


Yo no sabía mucho de casi todo como él, además de que tenía una memoria jodidamente selectiva. Sobre la felicidad, podía hablar solamente desde la tristeza. O sea sabía que había sido feliz cuando dejaba de serlo, no mientras lo era. Supongo que uno se hace menos cuestiones en la risa, que en las lágrimas. Entre si prefería la imbecilidad o la sabiduría tenía clara mi postura. En cualquier caso, siempre he tenido la idea del gris como color ideal. A medio camino entre el blanco y el negro. Cualquier extremo, es jodido. Si te agarras a una cuerda, la punta es la que está más cerca de la caída. En cambio el centro, es lo más cercano al equilibrio. Puede y esto lo digo con conocimiento de causa, que esta teoría lejos del vértigo sea más aburrida. Pero también está más lejos del daño. Cuando el dolor no es una elección propia, sexual por ejemplo, o no es una herida, que puedas contemplar como se va curando poco a poco, hasta dejar una bella cicatriz, cuando el dolor es interno y duele tanto que no sabes ni donde duele, te das cuenta que debes soltar la cuerda y avanzar unos pasos antes de volver a cogerla. Obviamente yo no estoy en el centro. Ahora mismo, aquí con ella sentada en frente estoy, más cerca de caer que de mantenerme en pie. Pero esto, también es muy importante, a veces caer se parece a volar. Y volar siempre merece que en lugar de los pasos adelante de varios atrás. O incluso como ahora, des tantos adelante que ambos estéis en el mismo lado de la cuerda. Desde el otro lado, estarán tirando las dudas,el miedo, la nostalgia. Tal vez también la culpabilidad.  Desde el tuyo su boca. Su bendita risa. 



Mi problema con ella, no era su piel que adquiría con los primeros rayos de junio, el color que cualquiera envidiaba en agosto. Tampoco aquellas piernas duras como finales de enero. Ni siquiera aquel culo indecente, que en lugar de moverse recitaba poemas sobre la lujuria. Mi problema, el mayor, siempre fue su sonrisa. Cuando sonreía, se desnudaba de tal modo, que incluso mi mente me sugería, que lo contara como orgasmo. Me di cuenta no obstante, que solo ocurría cuando su sonrisa la provocaba yo. Si era en grupo resultaba indiferente, si era alguna conocida, me inventaba que hablaban de mí, pero realmente el triunfo, ni siquiera me rozaba, si era un hombre, fuera quien fuera, pasaba todo a la inversa en lugar de ir quitándose ropa, se la iba poniendo, hasta tal punto, que el invierno se hacía eterno. Descubrí con cierta facilidad que su punto débil era el sarcasmo y cada vez que surgía la oportunidad le quitaba una prenda. Creo que en cierto momento dependí tanto de su desnudo, que hacerla sonreír, era el modo más seguro que tenía de que yo también lo hiciera. 


Sin embargo, nunca había estado tan cerca de él como ahora. Un desnudo de manos, de piel y de vida. Y ni siquiera se reía. Simplemente mantenía esa pose de quien sabía demasiado. Por eso recordé la frase de Manuel. Y supe que estábamos a punto de dolernos para siempre.

lunes, 6 de mayo de 2024

A propósito de ti

"Sabes por qué no podemos ser felices, porque ambos queremos a la misma persona. Yo te quiero a ti y tú también"


(A)

No sé qué hago aquí. Podría echarle la culpa al amor, siempre se me han dado bien las excusas. No tanto como incumplir promesas pero casi. Supongo que hacía tiempo que nadie me llamaba por mi nombre y luego sonreía. Últimamente después de mi nombre hay una orden, una queja, una cita con el médico. Jamás una sonrisa. Así que podría decir que más que mis propios pies, me ha traído  su sonrisa. No suena a excusa, a mentira tal vez. Siempre se me ha dado bien mentir. Sobre todo a mí mismo. Cómo aquellas veces que dije que podía y no quise. Cómo aquellas veces que dije que quería y no pude. La verdad es jodida. Quiero decir que te la van a pedir, a suplicar, a implorar y luego te van a odiar por ella. Todos quieren la verdad porque piensan que es otra. Incluso cuando saben que la verdad es esa, todavía tienen un atisbo de esperanza de que no sea cierta. A ti, al sincero, solo te queda el perdón. Esa puta palabra que te enseñan de pequeño para tener la jodida libertad de dañar al prójimo.

Mamá que tenía un máster en dolores,solía decirme que lo malo de aceptar un perdón,es que le hacías saber al resto,que era demasiado sencillo hacerte daño.

Que era capaz de curarte una sola palabra.

-Pedir perdón no te hace débil, lo que te hace débil es aceptarlo.

Así que no suelo ser demasiado sincero, tampoco pido perdón, porque me suelo asegurar de hacerle daño a quien se lo merece y jamás lo acepto. Bueno, esto también es mentira. Hubo una vez, que sí. Bueno fueron tres veces. Tres perdones. La misma persona. En esa balanza imaginaria que todos deberíamos usar para saber lo que nos conviene, pesaba más su compañía que su ausencia. Resumiendo brevemente, era más débil pero más feliz. 


La casa es pequeña, alquilada y tiene unas vistas horribles. Tan horribles hacía fuera como hermosas hacía dentro. Obviamente con el paisaje interior me refiero a ella. Supongo que basta verla, que solo se necesita una simple mirada, para saber realmente que hago aquí. Sin embargo, en mi caso, esa mirada, que es cualquier cosa menos simple, en lugar de dar la solución genera un debate. Uno al verla gesticular, mientras el cabello le lleva la contraria ya sabe que va a doler, al divisar ese rostro hermoso como un atardecer que desafía a la noche, ya supone que el olvido, no tendrá ningún bar que le sirva de sinónimo, al disfrutar ese culo, que se inventa un baile antes de que exista la melodía, ya sabe que la vida no le va a pisar los pies pero seguramente le va a robar el alma.


No sé qué hago aquí, sin poder abarcar el aire que respira, buscando la palabra idónea para salir ileso, dejando frases a medias, como si pudiera evitar el barranco. Tiene en los labios mis siguientes cien besos y sin embargo, se mueve como si todavía no sintiera que le pertenezco. Como si su dedo índice no tuviera más poder que mi orgullo. 


-Al final ambos sabíamos que pasaría. Solo hemos alargado el momento. Dice, mientras le da un sorbo a la copa que se acaba de servir.  


Ha puesto otra a mí lado y se ha rozado, como una gata que prefiere robar caricias que pedirlas.


Yo no sabía que pasaría. Ni siquiera estoy seguro de haberlo querido. Que lo he fantaseado, claro, que alguna vez, mientras la veía tragarse el mar, en aquellos veranos, donde el sol, solo bronceaba su piel, imaginaba mi lengua desde sus tobillos a su frente, tantas veces de ida como de vuelta. Pero nunca, supuse que tendría esa posibilidad, que perder el equilibrio estaba en sus labios pero también en la ausencia de ellos.


-Solamente hay que dejarse llevar. Dice. Llega un momento que si no tiras de la anilla te estrellas contra el suelo.


Como decirle que pienso que ella es el suelo. Que la anilla tal vez está en un portazo. En cualquier momento le va a estallar la blusa y todo mi mundo serán dos tetas.  


Como si supiera el poder de lo inevitable, como si tuviera ases en los ojos, como si mi rey hubiera comenzado a tambalearse sobre el tablero, ha guardado la distancia, sonriendo ante lo que supone timidez y disfrutando de la nostalgia, antes de que se produzca.


-Yo no tengo prisa. Y tú no tienes sueño. 


Luego se ha sentado en una silla y ha cruzado las piernas. Supongo que eso no es el infierno, pero es como si al cielo le hubieran puesto una puerta. 


No, no sé qué hago aquí, pero creo que muy pronto voy a empezar a saberlo.