Hablamos de trenes perdidos como si ellos,
se hubieran detenido a esperarnos.
En la calle luz del norte,
hay una pequeña cafetería donde el café,
nunca lo ponen hirviendo.
A través de su cristalera,
el invierno parece un animal domesticado.
Y cuando llueve, las gotas que compiten
por besar antes el suelo,
casi siempre acaban
por traerte de vuelta a mi memoria.
Supongo que no hay diluvio
que no empiece en tu nombre.
Si sales a la derecha
y cruzas la avenida de las farolas fundidas,
te encuentras con la tienda de Martina,
una pequeña boutique donde la anorexia,
ha pasado para siempre de moda.
Incluso los maniquíes te miran
con ese apetito voraz
que tienen las mujeres
que han fracasado en el matrimonio.
Martina tienes los ojos verdes y cuando sonríe
te fían los camellos del bar de enfrente.
Allí también te adueñas de mi nostalgia,
en el segundo probador del fondo
con tu vestido verde subido
mucho más allá del pecado
y mi lengua dibujando constelaciones
en el dulce acantilado de tus piernas.
En la plaza la señora Ana,
me sigue preguntando por ti.
Nunca he cambiado de excusa.
-Aún sigue viviendo a las afueras.
Le respondo.
Lo que ella ignora es que suelo referirme
A mi propio corazón.
Ya no tiene cuatro estrellas el hotel del centro,
no quedan patos en el estanque,
ni crecen margaritas en el jardín de los vecinos.
Ya nadie mira al cuarto B por si tu silueta
encadena su futuro al amor propio.
Ya nadie llora en el cine,
no hay niños en el parque,
ni suenan canciones de Ismael Serrano
en los centros comerciales.
En la ciudad parece que hubo una guerra
y yo fui la única víctima.
Si bajas la cuesta del olvido,
más allá de la heladería
y de la tienda de golosinas
del señor Enrique,
te hallas de frente con el mar.
Allí es como si se hubiesen sumado
todas mis lágrimas.
Tu sombra aún se moja los pies en la orilla,
mientras tu cuerpo se adentra
hasta llegar a la segunda boya.
Desde allí saludas con la mano.
Como si la distancia,
no significara soledad.
Aún permanecen nuestros nombres
en la pared del paseo marítimo
como una herida incapaz de cicatrizar,
como si el pasado hubiera echado el ancla
por temor al naufragio.
No, yo no hablo de trenes perdidos,
yo lo vi llegar y quedarse,
disfruté de sus raíles,
de sus vagones,
me tragué por amor cada paisaje,
lo iluminé sin dudar en cada túnel.
Pero luego el tren pasó de largo,
de hecho todavía sigue pasando
me consta que no deja de pasar,
por el maldito andén de la esperanza
de esta triste ciudad que me dejaste.
8 comentarios:
Se te extraño mucho todo este tiempo... Un gusto saber que la espera no fue en vano...
Bellísimo como siempre....
Que sorpresa me he llevado, me encanta y tú también, gracias por escribir tan bello
Wuaaa pensaba que habías desaparecido te sigo por donde quiera que vayas, impresionante como todo lo que eacribes
Ayyy mi poetita..que te he echado de menos, no nos tengas tanto tiempo sin tus escritos. Yo no puedo vivir sin ellos
Maravillosas letras, como todo lo que escribes.
Hola. Alguien sabe si Ernesto cerró su cuenta en Facebook? No la encuentro por ningún lado.
Volveré.
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