Ahora te paseas por delante de mis ojos, con esa sonrisa de anuncio de helados, ese culo de adictos a la asfixia, esas piernas de mentira de Instagram. Querida he visto asesinatos con menos sangre. No puedes irte y quedarte. Abandonarme y pedir un rescate. Huir y atropellame. No puedes volver, sobre todo eso volver. Cuando nunca te has ido.
Recuerdo que cuando papá te vio por primera vez dijo. La primavera no cabe en una maceta. Ten cuidado hijo. La segunda, cuando te conoció un poco, afirmó. Hay expertos al volante que al final, se han matado en una recta. Al poco de irte, después de acariciarme la cabeza, soltó con rotundidad. Desde el principio fue un error, pero creeme jamás tendrás un acierto tan maravilloso.
Tú ojos vuelven a los mios cuando sales del baño. Luego se posan en Irene. Tú chico te espera, como si estuviera en blanco y negro. Irene me pregunta por ti. Opto por la verdad y le digo tú nombre. De repente ya no le apetece postre. Y yo tengo la sensación de habérmelo comido. Dos veces.
El problema de las preguntas, son las respuestas. Es algo básico, sin embargo no paramos de hacerlas. Elegimos la verdad, aunque no seamos capaces de soportarla. Y luego culpamos de la herida. Y es que puede sonar realmente estúpido, pero lo jodido de la verdad, es que no sea mentira de vez en cuando.
Nunca dijiste adiós. No hubo un portazo. Tampoco una nota en la nevera. Un mensaje en el teléfono. Una excusa absurda. Un solo motivo. Simplemente desapareciste. Como si hubieras muerto. Aunque siempre supe que estabas viva. Porque no sé puede morir aquello que no se olvida.
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