lunes, 5 de febrero de 2024

LISBOA

 

Te escribo desde el pasado. 

Hace una hora que te espero en la cafetería que hace esquina de la calle menos peligrosa de este barrio de mierda. Tengo la absoluta certeza de que no vas a aparecer pero no me he movido de la silla. Tampoco he probado el café. Si vienes será para siempre te dije. ¿Y si no voy? Preguntaste. Yo no supe que responder. Hay preguntas que solamente el tiempo es capaz de darle una respuesta verídica. Y el tiempo suele ser muy hijo de puta. La camarera se ha acercado hasta la mesa y me ha preguntado con una sonrisa estudiada en un curso contra la nostalgia, si deseo tomar algo más. He pedido otro café. Ha mirado la taza llena y la he dejado allí, fría como tu alma. Supongo que ha pensado que necesitaba compañía. Mejor una taza de café que una mujer que no te quiera le ha faltado decir. Tengo dos tazas de café en la mesa y tu ausencia. Son las 19:20 y ya no te espero pero irse es perderte. No es lo mismo perderte que estar perdido. Lo único que me une a ti es quedarme quieto por si acaso. Es como si tú todavía, tuvieras cogido mi cuerpo por un hilo invisible y levantarme y marcharme, sea arrancarme de tus manos. La camarera se llama Sandra y es tan bonita como mi canción preferida. Dice que ella una vez esperó a un hombre toda su vida y ahora es otra persona.

- Yo no quiero ser otra persona. Le he dicho.

- Los hombres no sabéis lo que queréis hasta que no viene una mujer y os lo dice. Ha contestado sonriendo.

Luego se ha llevado los café y me ha traído un ron.

Son las 20:30. Ya no me acuerdo si te estaba esperando. En realidad supongo que desde el momento en que me senté en esta silla sabía que en lugar de esperarte a ti, lo estaba haciendo conmigo mismo. Y creo que estoy a punto de llegar. Sandra parece una playa en mitad de una avenida. Un tigre en un paso de peatones. Un pájaro escapando de una jaula. Tiene pecas en el rostro que parecen estrellas. Te juro que si se le cae una, pido un deseo y ya no me acuerdo de tu nombre.

Son las 22:00 Sandra sonríe cada vez que pasa por mi mesa. Ya me ha matado tres veces. Está a punto de conseguir el molde del hombre que una vez no llegó nunca. Y ella, joder ella, se parece a ti más que tú misma.  


Son las 0:00. Es una hora perfecta para empezar de nuevo. Sandra ha cerrado el bar. Yo camino a su lado. No tengo ni puta idea de a donde vamos pero el camino carece de importancia si es con ella. Nos hemos sentado en un banco de la plaza y tengo la sensación de haber estado aquí antes. Supongo que a veces los sueños se cumplen. Ella ha señalado con el dedo una ventana del piso de enfrente. -Es mi casa- ha dicho. - Si entras en mi hogar ya no sales de mi vida- Ha continuado. 

Y hemos subido los peldaños que daban a ella en un abrazo.


Te escribo desde el presente.


Soy dolorosamente feliz. Y digo dolorosamente porque a veces me duele ver a alguien triste. Como si sintiera la culpa de tener siempre esta sonrisa en la cara. Pero no puedo esconderla. Ella no me deja. La niña que juega en la alfombra se llama Ainara, tiene los ojos de su madre, las pecas de su madre, la boca de su madre. Sandra ha dicho: - Si alguna vez te falto podrás mirarme en ella. El niño se llama Marcos y se parece a mí. Bueno es bastante más guapo pero en algunos gestos, algunas muecas, algunas poses, me viene toda la infancia de golpe. Sandra es lo mejor que me ha pasado en la vida. La vida es lo mejor que me ha pasado en Sandra. En cierto modo no soy capaz de diferencia su nombre, de estar latiendo. Todo parece un baile en el que no somos capaces de soltarnos. Como si el uno sin el otro perdiera el equilibrio. Nunca he sentido tanta felicidad como en su risa. Ni tanto placer como en su boca. Ni tanto el hogar como en su abrazo. 

A veces hablamos de aquel día en el que esperaba a otra y veo que se le humedecen los ojos. Ella dice que es la alegría de estar en el momento justo. Pero yo sé que en el fondo odia que fuera ese el modo en el que nos encontramos. Luego la curo con un beso y ella se deja acariciar como si frotara la lámpara maravillosa. Y luego cumple mi deseo. El mismo. Tres veces.


Te escribo desde el futuro.


Tengo ochenta años y me quedan diez suspiros de vida. La muerte me ha mirado a los ojos y ni siquiera tengo miedo. Sin embargo si me queda una pena en el fondo del corazón. Una mentira que me azota suavemente desde que te conocí en aquella cafetería una tarde de abril. Supongo que es momento de que sepas la verdad y espero preciosa, que me perdones.

Yo nunca esperé a nadie. Bueno si, esperaba al amor. A eso me refería desde que me senté en la cafetería y pedí el primer café. El caso es que te vi a través de la cristalera y supuse que eras tú. Por eso entré. Por eso me quedé hasta que cerraste. Por eso subí aquella noche a tu casa. Por eso he estado toda la vida intentando hacerte feliz. Porque al mirarte comprendí que te había encontrado. Porque al mirarme supe que me había perdido. No existió una mujer que no vino. Existió una mujer que se quedó. Y eras tú. Ojala entiendas que esta mentira se ha convertido en la verdad más absoluta de mi vida.

La de que llegaste justo a tiempo a la cita. Ni un minuto antes, ni un minuto después. 

Y que fue para siempre.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Queeee bonitooooo. Suspirando en el pasado, presente y futuro.

Susi

Maria Ortiz dijo...

Los lunes suceden cuando acudes a la cita, pero no la Verdad. La verdad es una mentira que inventas cada día. Poeta, el futuro hay que soñarlo ♥️

Anónimo dijo...

Me has pillado con la guardia baja...
Gracias hermano!
Un abrazo desde el pasado al futuro.

Anónimo dijo...

Si todo lo que escribes no fuera tan extraordinaria, casi podría jurar que Lisboa se ha convertido en lo mejor hasta el momento, en tu obra maestra, pero no siento correcto hacer esa aseveración por miedo a ofender a Laura por confundirla con Sandra.

Anónimo dijo...

Hace algunos años lo leí por primera vez y hasta la fecha lo sigo disfrutando tanto como la primera vez.