lunes, 29 de enero de 2024

OJALÁ TÚ TAMBIÉN (4)


2024



 —Me gusta tu alias.

—¿Eso es lo más inteligente que se te ha ocurrido decir?

—No pretendía ser inteligente.

—¿Y si lo pretendieras?

—Tal vez tampoco podría.

—Me gusta que seas sincero.

—Yo solo miento por amor.

—¿Por amor o por sexo?

—Por amor, la mentira en el sexo dura poco, a los cinco minutos ya tienes las suficientes evidencias. 

—A veces en tres.

—Lamento tus experiencias. Te has perdido ciento veinte segundos preciosos.

—Si hablamos de segundos también ha bastado uno para descubrir una mentira. Ya sabes esa manía que tenéis algunos, en medir vuestro ego con la regla trucada.

—Yo tengo el ego en otro sitio.

—No sé si preguntar dónde.

—No lo hagas. No es necesario.

—Es que ahora tengo curiosidad. No lo tienes en tu miembro y tampoco en el cerebro. ¿Por dónde anda ese cabrón?

—Está en pedacitos, en cada mujer que he perdido.

—¿Y no te has quedado ni un poco?

—El espejo dice que no.

—¿Y tu psicóloga?

—Joder, eres bastante hija de puta.

—Ya. Pero creo que te encanta.

—No lo voy a negar. Hacía tiempo que no mantenía tantas frases seguidas con una mujer por este chat.

—¿Y qué te hace pensar que soy una mujer? Solo hay un alias, la gente miente aquí más que en la calle. Incluso miente más de lo que lo haces tú por amor.

—Si no eres una mujer, tienes un lado femenino interesante. Podría seguir corriendo el riesgo, si luego resulta que me encuentro con una regla más trucada que la mía, será mi culpa.

—Oh, la culpa, esa ingrata. Pesa más que el cuerpo. No hay peor juicio que el de una misma.

—¿De qué eres culpable tú?

—De enamorarme siempre del equivocado.

—De los errores se aprende.

—No estoy de acuerdo.

—Sorpréndeme con tu teoría.

—Mi teoría es que un error lo único que hace es poner obstáculos en el camino para que te cueste más encontrar el acierto. O sea, si de repente, que no es el caso, tú eres un buen hombre, vas a pagar por mis errores. Ya de entrada, sin haber hecho nada, tienes un montón de piedras que esquivar para llegar a mí. Y yo, antes de dar un solo paso, miro veinte veces antes si hay algo en el sendero que pueda derribarme. El error te quita las alas. Así que no es que aprendas de los errores, simplemente tienes más miedo a equivocarte.

—Me has convencido. Eres casi brillante. Conozco esas piedras. Ese miedo. Esos caminos. De las alas no me acuerdo.

—No saber volar es lo peor que le puede pasar a alguien.

—Volar sí sé. Lo que ignoro es dónde están las alas.

—Tú también pareces casi brillante. Por ahora solo he visto un defecto.

—¿Cuál?

—Que estás aquí, en un chat hablando conmigo...

—Es un defecto enorme, lo confieso.

—Sí. Lo es. En un caso normal, otro ya sabría mi talla de pechos y yo, por ejemplo, el color de sus ojos.

—¿Importa tanto el color de mis ojos?

—No, simplemente me da miedo el azul.

—Pues son azules.

—¿En serio?

—Me refiero a mis sueños.

—Idiota.

—Mis ojos diría que son color café, aunque creo que sonaría demasiado pretencioso.

—O sea, marrones.

—Sí, pero cuando les da el sol, dejan de ser marrones para ser más marrones todavía.

—Idiota otra vez.

—¿Y tu talla de pechos?

—Podría asfixiarte con ellos.

—De todas las muertes que se me han ocurrido últimamente, me parece la más bella.

—¿Qué pondría el epitafio?

—"Respirar estaba sobrevalorado."

—Ja ja ja.

—¿Idiota tres?

—Imbécil uno.

—No me gusta esa palabra.

—¿Imbécil?

—No. Uno.

—Miedo a la soledad.

—Ahora un poco.

—¿Ahora?

—Sí, cuando dejes de teclear.

—Oh. Imbécil y encantador.

—Por ese orden.

—Lo sé, desde tu primera frase.

—¿Y tu nombre?

—¿Cómo te gustaría que me llamara?

—Sí, ya sé que puedes ser cualquiera, pero digamos que soy un poco romántico y me gusta que tengas una pequeña etiqueta, que me dé el derecho a saber con quién hablo.

—Ahora mismo mi nombre es como quitarme una prenda. Prefiero que lo imagines. Así volverás.

—¿A por tu nombre?

—Y a por la prenda.

—O sea, que tengo que conformarme con imaginarme tu escote.

—Exacto. Deberías poner el cronómetro un minuto, en el cual no respirar para intuirme.

—Creo que puedo aguantar más.

—Será una muerte lenta. A ratitos. Y calla. Quiero el silencio. Quiero saber que estás ahí.

—¿Callándome?

—30.

—¿Hola?

—15.

—¿En serio?

—5, 4, 3.

—Supongo que te vas

—Dos.

—Gracias.

—Uno.

—Odio ese número.

—Por eso.

—Hija de puta.

—Ya puedes respirar

3 comentarios:

Eva Mada dijo...

Ojalá tuviera palabras para expresar cuanto me alegras los lunes 🖤

Xan Do Río dijo...

Engancha bastante, un placer.

Anónimo dijo...

Gracias!