miércoles, 3 de enero de 2024

OJALÁ TÚ TAMBIÉN

 Capítulo 1


1990


La primera vez que deseé de verdad a una mujer tenía once años. Me refiero a un deseo sincero, una fuerza que iba más allá de dar la mano, besar una mejilla, cambiar una sonrisa. En aquel entonces ya había besado en la boca a Daniela, varias veces además, pero nunca tras o durante ellos me crecieron las manos. Simplemente juntábamos los labios hasta que pasaba el tiempo. No es que no sintiera deseo, realmente ni siquiera había amor. En lugar de ir a jugar al fútbol con los demás, iba a besar a Daniela así de simple, así de extraño. También me gustaba una chica de clase. Igual que te puede gustar el helado de vainilla, o el chocolate, o unos tenis de marca. Con la diferencia de que a ella no tenía ningún tipo de acceso. A ella simplemente no le gustaba yo. Delante de ella tenía ese poder que todos hemos querido alguna vez, ser invisible. Aunque en este caso ese poder, más que una bendición era tortura. Se llamaba Paula, era de buena familia, de notas intachables, de aspecto angelical. Brillaba de tal modo, coloreaba el paisaje con tanta sencillez, que parecía de una especie diferente al resto. Como una flor en un suburbio, un violín entre tambores, un poema en un libro de física. Que me gustara Paula era tan normal que a su vez era absurdo. A todo el mundo le gustaba Paula. El problema en mi caso, es que por alguna remota razón que ni siquiera ahora que vuelvo atrás de memoria entiendo, mi yo más pretencioso pensaba que entre nosotros cabía alguna posibilidad. Que todo era una cuestión de que ella se diera cuenta. No se de qué realmente, no tenía yo por aquel entonces, nada especial, o llamativo. Sin embargo ahí estaban mis expectativas, en la cima, a pesar de que no hubiera hecho el intento de escalar un solo metro. Que se diera cuenta. Simplemente eso. Aunque ni yo, era capaz de hacerlo. Volviendo al deseo del que hablaba al principio y que nada tenía que ver con Paula, diré que se llamaba Malena y tenía nada más y nada menos que veintesiete años más que yo. Malena era profesora de las dos asignaturas más importantes de aquel curso, lenguaje y matemáticas. También por razones obvias aprendí anatomía. No donde coño estaba el páncreas, o cuántos centímetros medía el intestino delgado. Anatomía de verdad. De la de que un escote era capaz de sacar al sol de su escondite más nublado. De que dos piernas tenían más poder que una bomba atómica. De que había perfumes en la piel adecuada, capaces de hacerte ir al infierno y encontrarte allí a dios, esperando su turno para olerla de nuevo. Malena tampoco como es natural era exclusividad mía. Los más espabilados, teníamos recreos y recreos donde tarareabamos aquella melodía de tacones entre pupitres que hacía al caminar. O pintábamos en el aire su silueta para que el viento de una vez por todas le levantara el vestido. O soñábamos con una tutoría donde Malena, nos aconsejara sobre el camino que debíamos tomar para ser alguien el día de mañana. Y todos sabíamos el camino. Tal vez no para ser alguien pero si felices. Dicho de un modo cruel, Malena nos pervirtió. A algunos más que otros. Nunca tuve dudas de que de todos aquellos niños, yo fui el que salió más perjudicado. Tal vez por la curiosidad hacia lo prohibido, quizás por la adicción a la belleza, o simplemente porque soñé con una insana estupidez poder acariciar a un tigre, cuando todavía no había aprendido ni mirar a un gato. Si hay algo que recuerdo de ella por encima de todos los demás atributos era un lunar. Uno que tenía en el muslo derecho. Solo veía la luz cuando al cruzar las piernas, la falda se le quedaba un poco subida. Ese lunar era el límite. Más allá de él todo era misterio. En aquel entonces tanto yo como el resto queríamos un poco más, con el tiempo supimos que ahí acababa el show. No teníamos constancia de que aquel límite fuera un regalo. Que aquel obstáculo era nuestro derecho a imaginar. Que por más que la realidad pudiera superar a la ficción, nos talaba de raíz todos los sueños. Era mejor pensar que eran rosas las bragas de aquella mañana cualquiera, que verlas. En mi caso era mejor idear que la prisa al vestirse porque llegaba tarde, la había dejado desnuda debajo de su vestido, que tener un poco más de luz que disipara esa fantasía. Lo hermoso no era verle el coño, era la idea de poder hacerlo. Sobre Malena claro, la historia no acaba aquí. Simplemente volviendo a la infancia he querido que alguien entienda donde comenzó mi deseo. Como la ignorancia se convirtió en curiosidad y la curiosidad me fue estallando por dentro, con una prisa que a mí edad, tuviera la que tuviera, incluso la que tengo ahora siempre fui impropia. La prisa no solo consigue que te equivoques. También logra que no aceptes el error. El aprendizaje tras ella es nulo. Corres y tropiezas con la piedra. Y aún sabiendo que la piedra sigue ahí corres y te vuelves a caer. Porque al final, de un modo absurdo te haces adicto a la herida. Supongo que a fin de cuentas es el único modo de saber que estás vivo. Que duela.

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12 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre logras atraparme y hacer que mi mente le ponga rostro a cada personaje y se imagine cada escena...

Anónimo dijo...

FZDorville 💛

Maria Ortiz dijo...

Que linda forma de empezar el año 🥂✨ Como siempre, es un gusto leerte ♥️

Anónimo dijo...

Gracias por volver, busqué mucho tiempo un nuevo texto en el blog. 🥺

HW dijo...

367 lunas revisando el blog a ver si otro milagro se aparecía, y aquí está.
Gracias por esta belleza.

Petite Amapola dijo...

Por fin... ojalá no esperar otro año más para leerte maestro.
Precioso y doloroso ese primer capítulo

Pilardi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pilardi dijo...

Suscribo tus palabras ✨

Anónimo dijo...

Gracias por este regalo de principios de 2024.

LD dijo...

Incluso Di*s mira el reloj y fuma, y se hace el remolon hasta que llegue.

Isangel dijo...

Que maravilla leerte y sumergirse en tus palabras...

Anónimo dijo...

Ojalá tú siempre ✨❤️