martes, 26 de julio de 2011

Cuando ya no te quiera te llamaré cariño o No escribo todo lo que siento ni siento todo lo que escribo, pero me siento cuando escribo, pa´ no cansarme

Lo que realmente mantiene vivo al amor es el miedo,
el miedo a perderlo,
cuando ya no hay miedo,
tampoco queda amor.

Sobrevive el cariño claro,
ese animal de orejas enormes
que se revuelca por el suelo
y ladra cuando quiere una galleta.

Y es que estar enamorado es la única enfermedad
que se cura con el contacto físico.

La primera vez que dices te quiero,
te condenas sin saberlo a reiterarte el resto de tu vida,
hasta que las propias palabras pierden su verdadero significado
aunque que le cambies el idioma.

Es triste pensar que los bares de putas
se llenan de hombres que han dicho te quiero esa misma mañana.

La fidelidad es como lanzar una piedra al mar
y esperar sentado a que flote.

El océano esta repleto
de barcos hundidos que pensaron que podían navegar felizmente
y chocaron con esa roca que todos lanzamos alguna vez
jurando en la existencia del para siempre.

Pero cuando se acaba el siempre,
comienza el nunca.

No somos más que el estribillo de una canción de verano
que recordamos entre la nostalgia
y el alivio de que ese ritmo
no vuelva a golpearnos la cabeza.

Y lo cierto que lo que más echo de menos,
es no echarte más de menos.

Cuando el corazón no latía por inercia
y había música dentro y fuera del pecho,
bailábamos sin tropezar con los pies
flotando en el aire,
nuestros cuerpos eran como de goma
y rebotaban por la casa
como pelotitas de colores que conocen
el lugar exacto donde chocar,
donde imantarse
y lamerse los arcoiris
la una a la otra,
hasta borrar la luz
en un off
que se parece a la vida
cuando la vida no te pertenece del todo
y es a medias.

Como el último cigarro de un paquete.

Hay humo,
es lo que queda del fuego,
palabras estiradas a conciencia
diminutivos absurdos taladrando mariposas,
que olvidan el arte de volar
y se posan en el cerebro a hacer un nido,
de rutina.

En el salón se oyen ladridos,
alguien con la boca llena de galletas,
posa sus labios en otros labios,
suavemente,
dejando al miedo bostezar en el sofá
poco antes de su sueño eterno.

martes, 19 de julio de 2011

Si Nabokov te hubiera visto habría escrito una saga

La primera vez que te vi
jugaba con dos dedos en tu pelo
mientras dos hombres que te doblaban la edad
desvirgaban mentalmente tu inocencia.

Y lo sabías y en tu sonrisa
se veía porno de dibujos animados.

Y es que eres ese tipo de chica
que aparece en las noticias de la tarde
secuestrada, violada y lanzada
a un descampado cualquiera donde las moscas
se apuntan luego a la fiesta de la carne.

Pero a ella,
a ella no la toca ni el aire.

Ayer te vi de nuevo,
sin ti nunca ha sido verano en estas playas,
aunque el calor derritiera los abanicos
de las ancianas de la calle donde vivo.

El verano solo empieza si me miras.

Apenas te sigues levantando dos palmos del suelo
y mantienes esa mueca de niña traviesa
que mutila a las barbies y se ríe,
Aunque las matemáticas me aseguran
que hace tiempo que desvetirte en mi cerebro
ya no puede considerarse un delito.

Y es que no sabes la multitud de hijos nuestros
que han sido remolino antes de piel
dejándose engullir por el desagüe.

Ayer te vi, si,
deambular descalza por lo platónico
driblando como un futbolista brasileño
el morbo despertado en las sombrillas.
Haciendo pasarelas en la arena
donde el glamour lo inventaba un treinta y seis
que dejaban una mina a cada paso
para que estallaran los sueños de los hombres.

Pero a ti,
a ti no te tocaba ni el aire.

A veces pienso que eres hija del diablo
no se me ocurre mejor manera de tentar al mundo
que hacerte formar parte del paisaje.

Y camino estas calles oscuras
de quince chupar y treinta follar
buscando imitaciones de tu rostro,
o visito los anuncios por palabras
donde tu nombre se ubica
en cualquier mujer sin escrúpulos
que ignora que mientras tú existas
no dejará de ser simple y anónima.

Me agarro al folio con tus dedos
y escribes este poema con tus manos
mientras las mías vuelan para acariciarte el cabello
como aquella primera vez que te vi
en la que sin saberlo jugabas con tu reloj de pulsera
a que la vida siempre me debiera una hora.

Contigo.

miércoles, 6 de julio de 2011

No estoy roncando, suspiro fuerte

Tenía que haberme hecho el muerto cuando te vi llegar
y no mirarte como miran los pasteles de los escaparates
las señoras con azúcar.

No sé puede ser tan bonita con pantalones cortos
y zapatos de esos que esquivan el ruido en callejones oscuros,
mandaste haciendo la estatua todo el glamour
a una pasarela donde halagan en francés
y mienten con los huesos marcados
y reinventaste de nuevo la moda en una baldosa
orgullosa de sostener tu peso.

Hoy me recuerda la radio que debes
haber abandonado a todos los cantautores a la vez,
que estás llenando esta ciudad
de drogadictos y borrachos
y que ya nunca más querrás ser una canción
a pesar de que la música empieza
cuando tú bailas.

! Y joder como bailas!
aunque parezca otra cosa
si cerca se mueven los demás
como animales sin cabeza.

Tienes una trinchera tan ferrea de monosílabos
que ninguna de mis frases logra nunca atravesar
la linea que separa el silencio del diálogo.

Es tan absurdo mover la lengua fuera de tu boca.

Por eso callo,
por eso escribo
desde esta voz sin decibelios
para que me oigas con los ojos.

Y no, no se puede tener tantos argumentos en tan poco espacio,
si fueras una película
habría cubos de palomitas volando por los aires,
refrescos azucarados pringando las butacas
y manos buscando bajo las faldas de la última fila
el significado real de la trama.
De la vida.
Del orgasmo.

Que hasta los guionistas que duermen en mis dedos
darían todas sus ideas al enemigo
por comerte el coño
hasta que volviera a pasar el cometa halley
por delante de tus párpados.

Se tambalean los bolígrafos de mi escritorio
cuando pienso en lo que hace el aire con tu pelo
se garabatean los folios de metáforas
si diviso mentalmente
como se te pega la ropa a la piel.

Tienes a todo tu armario
enamorado de tu aroma.

Y al mío masturbándose en tu ausencia.

Deberías saber que no es casualidad
que suba la marea cuando pisas una orilla,
que se multiplique la espuma de las olas
cuanto más te adentras en el mar
con ese bikini de cine para adultos.

Hay peces fetichistas desde que de un año para otro
por esa maga caprichosa llamada naturaleza
cambiaste las coletas por una trenza.

Debí hacerme el muerto cuando te vi llegar
en lugar de tartamudear tu nombre
como si me hubiera tragado un eco.

En lugar de colocarte en la agenda
de los amores platónicos
entre esa actriz italiana
que descumple los años
y aquella compañera de pupitre
que me robó la voz cuatro años de infancia.

En la cama,
con el corazón contando ovejitas para soñarte
mientras tu boca besa al hombre del saco
en una discoteca con paso de peatones
que rompen los tabiques de mujeres
que no sabrán jamás cual es mi nombre.

Así estoy
sin ti,
despierto,
en plena pesadilla.