viernes, 15 de junio de 2018

Eosofobia

Los rayos de luz que entran sin permiso
por los agujeros de la persiana
dibujan tu silueta en la pared.
Eres un montón de puntos amarillos,
pequeñas estrellas vomitadas por mi nostalgia,
creando una imagen de ti
que ni siquiera mereces.
En el azul pintando con prisas de la habitación
eres el garabato de ese hijo
que no nació por miedo a perdernos.

Apenas tiro de la cuerda levemente y desapareces,
te traga la oscuridad de un viernes que amanece por inercia,
frío, como si el invierno hubiera decidido quedarse
mientras tu te marchabas calle abajo.

Por la casa tropiezo a cada segundo con tus recuerdos,
me miran los cuchillos afilados de la cocina
con la envidia de una herida que no les pertenece.
Tiembla tu taza de café en la encimera
esperando madrugar entre tus labios,
mientras cinco mosquitos que soñaron ser aviones
pudren las manzanas de todos mis pecados.

Despertar sin ti es como madrugar dos veces.

En las perchas de tu armario,
tus fantasmas juegan a pervertir cualquier atisbo de olvido,
hoy llevas el vestido negro que me regalé a mi mismo
para poder arrodillarme a lamer el cielo
cuando la lluvia nos llevaba la contraria.
Sin bragas y con los zapatos altos de tacón
que hacían de cada peldaño
las tecla afinadas de un steinway & sons.

La mujer que contesta a tu teléfono una y otra vez
repite como un eco la misma frase
(el número marcado no existe)
- ¿ Si no existe porque lo tengo en la cabeza? Le grito.
Pero ella desaparece.
Supongo que no tiene esa respuesta.

Mama dice que no hay nada más terrible
que llorar hacía dentro.
Que cada lágrima que no soltamos
llena un vaso invisible que tenemos en el alma
hasta que llega el fatídico momento que el alma se ahoga.

Mamá no tiene alma desde que murió mi padre.
Y yo voy camino de ser una isla en mitad de una playa
donde nunca baja la marea.

Te odio,
te odio como se odian los domingos por la tarde,
o las canciones en bucle que oyen los vecinos,
te odio como odian los cumpleaños las actrices de hollywood,
como se odian las verdades en los hospitales
y los chistes en los velatorios.
Te odio,
te odio de ese modo tan profundo,
que solo es capaz de odiar
quien te quiere todavía.

viernes, 1 de junio de 2018

Domingolandia

Como un paraguas en mitad de un vendaval.
Así me siento.
Es domingo y parece domingo,
odio que los días sean exactamente lo que parecen.
Acostumbrado a que un lunes cualquiera fuera una fiesta,
que un martes por la tarde tres orgasmos,
que un sábado de lluvia una orgía.
Porque nosotros follábamos los dos
pero tu eras tantas mujeres a la vez
que ni siquiera sabía con exactitud
con quien me estaba entregando.
Si a la inocente o a la hija de puta,
si a la aprendiz de caricias
o a la dueña del descaro,
si a la de arrodíllate cabrón
o a la sumisa complaciente que le cabía
todo mi amor en la garganta

Es domingo y parece domingo.
Ni siquiera llueve.
Amenaza con hacerlo en el gris de un cielo
que parece que invoca a la tristeza
pero no ha caído una gota en toda la tarde.
Soy como una actriz que necesita una lágrima
para dar veracidad al guión
y no deja de reírse.
Solo que yo no me río.
¿Quién coño es capaz de reírse un domingo?
A un domingo sin ti me refiero,
porque cuando tú estabas conmigo
ni siquiera me detenía a pensar en el día
en el que estábamos anclados.
Simplemente era feliz.
Y la felicidad y el tiempo son antónimos.
¿ O no te ha pasado que un minuto
se te ha hecho eterno
y en cambio toda una eternidad
parece haber pasado en un minuto?
Y con eternidad me refiero a ti.
Y con minuto también.
Porque también tu eres un antónimo.
Mi antónimo preferido.
Domingo,
los domingos tienen las cosquillas
en la palma de tus manos,
los besos en la punta de tu lengua,
el morbo en la canción de tus tacones.
Me asomo a la ventana y el paisaje
me llena de tu ausencia.
Observo la calle con los ojos
de un perro abandonado sin consuelo
a cien kilómetros de casa.
Te recuerdo cosiendo el futuro en un sofá
que tu misma elegiste,
pintando mares a pincel
para que la humedad
empezara siempre por los ojos,
buscando el tesoro por debajo de la mesa,
llenando la despensa por el orden
que te marcaba el hambre.
Te recuerdo desnuda en el espejo,
persiguiendo estrías con los dedos afilados
como cuchillos de asesino.
Cantando bajo la ducha en un idioma intraducible,
recitándome a poetas que odio más ahora que antes,
bailando por el pasillo contigo misma
como si la vida no supiera pisarte los pies.

Te recuerdo
y al recordarte me olvido tanto,
que no sé recordar muy bien que soy
hasta que olvido.
Y al recordarme sin ti vuelvo al recuerdo
y al olvidarme de mí,
gana tu olvido.
Y ni siquiera ya sé
si era domingo,
o me he vuelto a equivocar como otro jueves.