jueves, 12 de abril de 2012

Montparnasse

Estará despertando ahora.
Tras las persianas, un sol impaciente
hará equilibrios por las cornisas.

Seguramente llevará puesto el pijama
al que le arranqué un botón aquella noche
en la que el amor perdía por dos orgasmos a cero.

Es probable también que su teta derecha
haya escapado sutilmente de la suavidad de la seda
y su pezón, en una diagonal perfecta,
esté mirándose con morbo en el espejo del baño.
Despertarán los muebles de la cocina
al olor de su primer café.
Braguitas minúsculas e inquietas
rezarán su oportunidad en los cajones
y la cama aún deshecha
respirará hacia dentro el olor de su cabello.

Estará descalza sobre la alfombra,
bella y despeinada,
con sus ojos haciendo juego con el color de las paredes,
lanzando bostezos a las lámparas,
que bailan levemente sobre su garganta profunda.

Habrá perdido el autobús y el ticket del metro.
Harán colas interminables los vecinos
por los quince segundos de morbo en ascensor.
Murmurarán las aceras de su barrio
que cada día está más guapa y más puta.

Llegará tarde al trabajo,
con su vestido de flores
y unos tacones que engañan
exageradamente sobre su altura.
Se la follarán con los ojos los casados,
con curiosidad la amarán los jovencitos
se rozarán con su piel los más maduros,
silbarán sucias melodías los ancianos del parque.
Habrá huelga de prostitutas en las esquinas,
maniquies en los contenedores de basura.
Se inundaran los quirófanos de mujeres
para operarse los gluteos,
colas de humedades en los aseos masculinos.
Será París tan feliz como yo era
cuando bailabas tú por mí
los "para siempre".

Aquí sin embargo, seguirá la vida pasando lenta
como un reloj de arena
con lluvia en el interior.
El buzón echando de menos tu caligrafía
mientras Andrés Suárez se rompe la voz en mi oído
por una mujer que también como tú,
cambió su corazón por un paisaje.

Aquí los vecinos huyen de mi saludo,
los semáforos ridiculizan mi daltonismo,
me arrodillo ante la primera mujer que sepa doler
como duelen los inviernos sin las novias del verano.

La realidad es que no tengo amor propio.
Ya no sé amar nada
que no tenga algo que ver contigo.

Y no, seguramente,
ya jamás volverá a ser lunes por aquí,
aunque esta cara que me dejaste de domingo eterno
esté siempre diciendo lo contrario.