miércoles, 6 de abril de 2016

Poema a favor del insomnio

Esto es el mar cariño,
aquí papi ha sido tan feliz
que a veces tenia agujetas en la mandíbula.

Cuando mamá estaba cerca
era como si el aire que respiraba
me hiciera cosquillas por dentro.

A veces a tu madre le daba por nadar tan lejos
que las olas en lugar de romper
volvían para poder acariciarla.

Y allí en aquella piedra, la segunda,
la que tiene forma de perro tumbado
nos dimos nuestro primer beso.
Nos estuvimos mirando a los ojos
más de media hora,
hasta que por fin ella,
que siempre fue más valiente
se juntó a mis labios.
Es lo más cerca que he estado de volar
en toda mi vida.

Recuerdo que llevaba un vestido verde
y que era ella la que le daba luz a la luna.
Aún está guardado en el armario,
cuando crezcas y te le parezcas tanto
que me duelan tus novios
como patadas en el alma,
te lo pondrás frente al espejo
y entenderás sin preguntas
cuanto puede amar un hombre.

Hicimos muchos planes mi niña,
yo prefería jardín,
ella terraza,
yo que mejor a las afueras,
ella que céntrico y ruidoso.
Yo con miedo a los bullicios
ella de blanco y por la iglesia,
yo de barrio como siempre
ella  París que es tan bonito,
yo que cantara aquí en mi oído,
ella poemas a su boca.
Y tu nombre por supuesto,
eso también lo planeamos
 y creo que es en lo único
que siempre estuvimos de acuerdo.

Sonabas tan bien
y tan rubia,
y tan nuestra.
Y eso que aun no eras más que el soplido
sobre alguna tarta de chocolate.

Y allí,  justo detrás del centro comercial,
está el parque donde acabaría empujando
a las dos sobre los columpios,
a ti para escuchar tu risa
y a ella para que de una vez por todas
separará los pies del suelo.

Hay personas pequeña
que no saben soñar.

Y ese el tobogán causante
de la cicatriz de tu rodilla
y del beso para curarte
mucho más eficaz que la mejor de las farmacias.

Y aquel el campo donde dictaríamos clemencia
sobre la belleza de las flores,
esta la heladería donde mancharías de fresa
tus sueños y los míos,
ese el kiosko donde pagaría tu sonrisa
lo que gritara tu dedo
y el colegio donde aprenderías por fin
por qué decía infinito después de los te quiero.

Si hubiéramos sido capaces de cumplir
la mitad de las promesas
y mamá no se hubiera marchado
a nadar lejos,
mucho más lejos de mis ojos,
con otras olas,
otro vestido
y otros besos.
Si  ella hubiera aprendido a soñar
y a columpiarse,
y yo hubiera aceptado ciudad
y mis complejos.

Si tú hubieras nacido querida Ariadna
te juro que habrías sido la niña
más feliz del mundo.

Y yo el culpable.