sábado, 27 de septiembre de 2014

Lloviendo por no llorar


Te perdí en un abrazo,
hoy lloran los aeropuertos.
Está lloviendo dicen otros.

Te recuerdo de espaldas,
dos maletas y el pelo suelto,
era jueves creo.
Nunca me río los jueves.

Se cruzaban las llegadas con las despedidas,
en un abrazo nadie sabría diferenciar
quien trae el amor y quien se lo lleva.
Es el número impar el que a los cinco minutos
te cuenta el secreto.
Nunca el dos fue tan divisible.

Ha pasado el tiempo, ya es otoño,
el verano fue una puta con jaqueca,
le he dicho hasta la próxima
con unas simples mangas largas.
Ojalá todo fuera tan fácil.

Sigue llorando,
la ventana del salón parece que ha tenido un orgasmo,
hay gotas de sed que deletrean tu nombre,
echar la persiana es como dormir del otro lado
de uno mismo.

Odiaba la lluvia hasta que se vio en un charco,
luego ocurrió que hubo nubes
enamoradas de su pelo
y un desahucio de paraguas
en el pecho.
Hoy si quiero algún relámpago
me acuerdo de su sonrisa.

No miré si el avión pintó en el cielo un corazón roto,
no se si a través de la ventanilla  la ciudad
se te hizo tan pequeña que la olvidaste.
Supongo que me marché,
que era jueves
y que no había llovido todavía.

Y ni de eso estoy seguro.
Tal vez mañana en lugar de en un aeropuerto,
te perdiera en una nota pegada en la nevera,
en un tren en dirección contraria,
en un beso de otro,
en una carta sin remite,
en un coche a ciento sesenta
por la autopista más triste de mi alma,
o en un suspiro.

Cualquier cosa es valida para no aceptar la derrota.
Por que alguien que ha probado tus labios
ya nunca puede aprender a perder.

Y no, no hubo aviones,
ni aeropuertos.
Tampoco abrazo.

Pero el cielo sigue llorando.