jueves, 11 de junio de 2015

Agárrate fuerte y volemos


Quería contarte un secreto: Te quiero.
Pero no un te quiero para no odiarme a mí mismo.
Tampoco un te quiero para quererme contigo,
un te quiero para quererme por ti.
No un te quiero de ropa por el suelo,
ni de cielo sin tu boca,
ni de boca para fuera.
Un te quiero desde dentro y hasta el fondo.

Un te quiero de verdad,
de los de duele.
De formar una familia,
de familiarizar nuestras formas.
Un te quiero con carencia de equipaje,
no sé si me entiendes.
Sin viaje de vuelta,
a no ser que la vuelta
sea volverme contigo.

Un te quiero de quedarme
y que te quedes,
de cicatrices a besos
y de lunes con cosquillas.
De resbalar por la espalda
y columpiar por la nuca.

No un te quiero de coño en la boca
(aunque también).
No un te quiero de fóllame hasta el alma
(pero ojalá).
Un te quiero de vestida estás más guapa
y desnuda estás más puta.
De no saber si pagarte
o pedirte matrimonio.

De esos,
de retumbar
y escalofríos.
De tormentas en mis brazos
y relámpagos en el pecho.
No un te quiero de disculpas.
No un te quiero de reloj y calendario.
Un te quiero desde ahora y hasta siempre.

Un te quiero de ¡Joder, cuánto te quiero!
Y que de tanto querer estoy jodido
si no me quieres tú como te quiero.

No un te quiero de París ni de Venecia,
a mí me bastas tú en el paisaje.
Ni siquiera el mar me es necesario,
puedo desaprender a nadar si me lo pides,
yo solo me ahogo sin ti,
estoy seguro.

Un te quiero con estrías,
de llorar haciendo ruido,
de reír sin taparse la boca.
Un te quiero sin bostezos
y sin insomnio.
Un te quiero de dormir hasta las tantas
y despertar solo contigo.

Un te quiero de ahora, de ya y de ven,
de envejecer de la mano,
de descumplirnos las décadas,
de suspirar los deseos
que se cumplen al besarnos.

Quería contarte un secreto: Que te quiero.
pero he pensado que mucho mejor que decírtelo
va a ser conseguir que tus ojos lo vean.

lunes, 8 de junio de 2015

Consumir preferentemente antes de que me olvides

Me ha atado las manos por detrás de la cabeza,
dice que me va a robar todas las caricias
que no le di pensando en otras.
Que ya es tarde,
que llevo diez años de retraso,
que el tipo aquel del asiento de atrás
de un coche que apestaba a abandono
debía ser yo y no un aprendiz
de agarrar la cabeza.

Dice también que yo no le voy a agarrar la cabeza.
Que jamás la veré debajo de mi cintura.
Que le duelen las rodillas de buscar el amor
y le duele el amor de doblar las rodillas.
Que a estas alturas de su vida, ya sabe
que el amor ni se busca ni se dobla,
solo se rompe,
o llega tarde.

Muerde justo donde debía haber un corazón.
Se asegura del latido y abandona.

Tiene el pelo hecho del viento
que levanta las faldas de todas las mujeres
y el ánimo de todos los hombres.
Yo sigo creyendo que soy un hombre.
Ella lo duda.

Podría hacer cosquillas pero duele.
La última vez que dijo te quiero
estaba frente a un espejo
y era mentira.

Da un largo trago
de algo que hay en la copa de la mesita,
luego lame mis cicatrices como
si tuviera el poder de abrirlas de nuevo
y me cose un beso sin lengua
donde me sobra el amor.

Estoy desnudo.
Ella sigue vestida.
Parece invierno si la miras a los ojos.
Juraría cada vez que se aproxima
que se avecina una tormenta.
Y yo nunca juro en falso.
Las promesas son otra historia.

Me clava las isobaras en el vientre,
me  llena los párpados de nubes grises,
secuestra al sol de entre mis piernas
y relampaguea con fuerza por mi rostro
hasta que su saliva
tatua una lluvia interminable
que me baja desde el cuello
hasta la orilla.


Soy un charco que refleja su sonrisa.
Una ola que se rompe en mi pasado.
Una gota de sudor de su mejilla.

Me habla de otros, esa es su tortura.
Todo el masoquismo le cabe entre los labios.
Se sienta en una silla
y me cuenta las veces que ha reído sin mí,
hace un balance alfabético por los hombres de su vida,
dobla mi ego hasta que decido abandonarlo,
ella lo recoge con asco, al borde de la cama
y lo lanza lejos de mi vista.

No lo vas a necesitar. Dice.
Yo diré cuándo estás guapo. Y ríe.
Y su risa a pesar de todo
es lo mejor que me ha pasado
en la última década.

- Diez años tarde, hijo de puta.
- Pudimos haber sido tan felices.
Habla ella pero es mi voz
la que suena desde el fondo.
El mismo reproche,
la misma garganta.
La misma cara de idiota
que en las fotos.

Desata el nudo de mis manos
como si la libertad fuera parte de la condena,
me hace cerrar los ojos,
sé que no estará cuando los abra.
Lleva diez años ocurriendo lo mismo.

Diez años dejándome su recuerdo a los pies de la cama,
su olor en un rincón de mi memoria,
su boca en lo más intimo de mis sueños,
sus manos en la dura batalla
contra la nostalgia.

Diez años desde que opté por el camino
contrario a su cintura,
dejando su culo sentado en un banco,
donde nunca nadie más ha esperado un beso,
y al que acudo cada ocho de junio
para que su lluvia
me humedezca los recuerdos.