martes, 29 de julio de 2014

Del olvido y otras formas de perderte

Era mayo,
había llovido tanto
que los charcos pensaban que eran parte del mar.
Crecían flores por las grietas de las aceras,
por eso no te vi en ese momento,
cuando pasaste por mi lado.
Hacía tiempo,
un año, tal vez dos,
a cierta edad el tiempo que transcurre
solo se cuenta en tartas de chocolate
y sonrisas complicadas de traducir.

Tocaste mi espalda creo,
aunque tal vez fue mi espalda la que acarició tu mano,
tú siempre fuiste alérgica a los perros callejeros.
Luego sonreíste.
He de confesar que de no hacerlo
ni siquiera hubiera sabido que eras tú.
Pero esa sonrisa era mía.
La había provocado tantas veces
que de algún modo siempre
me he sentido partícipe de ella.
Incluso en este tiempo que se la habrás regalado a cualquiera
cuando intuía que lo hacías me culpaba
por no haberte hecho llorar lo suficiente.

Mayo, a punto de cumplir años
y pedir el deseo de olvidarte
y te pegaste a mi espalda para que tu aroma
me dijo tu nombre antes de verte.

- ¿ Como estás? preguntaste.
- Cuanto tiempo. Añadiste.
- Un año, tal vez dos. Dije.
- Hacen casi cuatro años. Confesaste ruborizada.

No había cambiado tanto,
tenía los mismos ojos de gata
a las doce de la noche en callejones oscuros,
el pelo más largo, más claro,
como si en un alarde de creatividad
a su peluquera le hubiera fallado el pulso.
No lucía escote y el pantalón más ancho
que cuando paseaba por el barrio
dejando un orgasmo en cada puerta.

- Cuatro años. Repitió.

Supongo que sin ella cualquier día había sido más largo.
Que perdí la cuenta y el calendario
era una bola de papel en el aire
con la que erraba el lanzamiento
todos los meses.

- Estás igual. Dijo.
No supe que hacer con su recuerdo en ese momento.
Como si de golpe hubiera estado intentado olvidar
algo que en realidad ya no necesitaba.

Ni siquiera cuando sonrió
sentí que aquellos labios
hubieran atado los míos
al borde una copa.

- Tengo que irme. Dije.
Como quien escapa del ruido del pasado
cerrando todas las puertas del destino.

Caminé hasta casa, extraño, confuso,
con la sensación de haber perdido las llaves
del resto de mi vida
y esa tristeza infinita en el pecho
de quien ya no tiene de quien olvidarse.

- Cuatro años. Me dije en voz alta sorprendido.
Seguramente ni siquiera era mayo.

Próximo destino: Ignorancia


Ya hace una semana que vine, nadie me mira.
No es diferente esto a otras ciudades,
a otros instantes,
ni siquiera las carteristas se acercan por la espalda,
debo parecer pobre.

Dicen que cuando nadie te ama
es complicado amarse a uno mismo
y si no te amas a ti mismo,
nadie acabará amándote.
Un laberinto extraño.

Yo no me amo.
Me odio a veces incluso,
me soporto otras,
me intuyo siempre.
No soy esa canción de Ismael Serrano.
Me encanta esa canción.
He llegado a cantarla en voz alta frente al espejo
es muy fácil mentirse
si lo que temes es la verdad.

La chica de la trenza es bonita,
dos bancos más allá hay otra con el pelo corto,
muy morena, como si el verano
se hubiera estancado por siempre en su piel,
parece que se llama Ana,
es absurdo ponerle un nombre más largo
a tanta belleza.
Lo bonito debe surgir como un chasquido de dedos,
-Ana. Y ella mira.
Todo lo demás se nubla
Y solo existe su rostro.
Cuando digo su rostro también me refiero a su escote,
he visto la caras mas preciosas
en las tetas de cualquiera.

La chica de la trenza fuma.
Me gusta las mujeres que fuman.
Saben que pueden morirse cualquier día
pero no tienen prisa.
No lleva tacones pero no importa,
sería capaz de hacerte daño
solo con un simple no.

He pensado en pedirle fuego
pero se que si me mira a los ojos
sabrá en ese mismo momento
donde está el incendio.
A veces resulto demasiado previsible.

Esta ciudad es como un gato
si la necesitas huye
pero cuando menos te lo esperas
se te mete entre las piernas
y te deja esa sensación absurda
de haberla sentido un instante.
Como el orgasmo de una puta.

Recuerdo a Julia diciendo.
- Una puta solo tiene un orgasmo en cada sesión
y es cuando le pagas.

Nadie me mira.
Casi una hora en esta estación
sin que un hola me desvirgue este desastre.
La chica de la trenza se marchó,
no recuerdo el destino,
creo que le miraba el culo mientras guardaba la maleta.
Aunque tampoco me acuerdo de su culo.

La del pelo corto sigue allí.
He pasado por su lado y he dicho Ana dos veces.
No ha mirado.
Tal vez debería intentarlo con otro nombre.
O con otra ciudad.
No se.

Creo que el próximo tren es buen destino,
está tan lejos de ti
que quizás el recordarte
sea el atajo más corto que tenga el olvido
y pueda amarme de nuevo
y esta vez
 sin ti.

Y alguien me mire.
Aunque no se llame Ana.





jueves, 3 de julio de 2014

Al otro lado de mi silencio


Me ven solo y piensan que estoy triste.
Se preguntan por qué no soy capaz de relacionarme,
por qué no acompaño sus risas,
o me hago partícipe de sus historias cotidianas.
Por qué no les cuento algún secreto inconfesable
para así no tener que avergonzarse de los suyos.

Ni uno solo de todos ellos
ve mi soledad como elección.

Ellos, que cuando por fin te decides a hablar
encuentran en tus palabras alguna similitud
con aquello que les ocurrió una vez
y dejan tus labios huérfanos de la siguiente frase
para mover los suyos hasta la extinción de la saliva.

Los mismos que te preguntan el típico  - ¿ Hola que tal?
Y se apoderan también de la respuesta.
Siempre estarán mucho mejor o mucho peor que tú
porque incluso a la hora de estar jodidos
también necesitan la victoria.

Soy yo el tipo raro,
el que solo ha movido un pie en toda la fiesta,
el que va ya por la cuarta copa
para soportar con cierta dignidad
cada uno de sus diálogos.
Que a Noelia el sexo anal le parece un asco,
que Víctor ha dejado preñada a una tal Eva,
que han echado del trabajo a Sergio
y que a quién coño le va a extrañar con lo flojo que ha sido siempre.
Que con Alba todos coinciden en que cada día está mas gorda
pero justo cuando ha aparecido,
han alabado su vestido
y le han confesado que le está sentando de maravilla
ese nuevo gimnasio.
Que Alvaro ya ha ido cuatro veces al baño
y nadie puede mear tantas veces en tan poco tiempo.
Que eso es lo que tienen las malas compañías.
Luego una hora después, Alvaro, las malas compañías
y los mismos que me lo han dicho
hacen cola en la puerta del aseo
moviendo la mandíbula al ritmo de una canción
que ni siquiera oyen.

Y en toda esta selva
la única persona que me importa ni me mira.
Sus ojos me dirían más
que todas las lenguas juntas
de este maldito mundo.
Y si además se acercara
yo no solo movería un pie.
Tal vez hasta le contaría algo gracioso,
los lunares de sus brazos
y un secreto.
O cien.
Y hasta puede que en esta mierda de noche
yo también supiera sonreír.

Pero ni caso.
Yo soy el hombre extraño.
- Habla poco. Dicen.
- Ni siquiera mira a los ojos. Murmuran.
- Es demasiado antipático. aseguran.

Y ella, la chica que no me observa,
se va de la mano con él,
el chico con el récord en abdominales
que desea comprobar si lo de su novia Noelia y el sexo anal,
no es una moda extendida.

Yo me marcho a casa sin más.
Mientras la gente nunca logra entender
porque siempre estoy tan solo
y yo jamás conseguiré explicarme
como ellos todavía
son capaces de aguantarse.