lunes, 22 de noviembre de 2010

Hazme otra vez el amor, sin amor, como a mi me gusta

Tiene los ojos grandes y azules como lagos de Finlandia,
apenas sonríe pero cuando lo hace
su boca parece una orgía de luciérnagas.

Se llama Silvana y cuando se enfada
me da mordiscos en la lengua.

Mide un metro setenta y cinco
pesa setenta y cinco kilos
y podría tener setenta y cinco orgasmos seguidos
si yo fuera una maquina
o aguantara el segundo.

Yo que he llegado tarde a mis últimas veinticuatro citas importantes,
que sé que nunca seré capaz de escribir un libro
y que al único hombre que me ha merecido la pena conocer
se lo comen los gusanos en un triste cementerio.

Sin embargo cuando ella se baja las bragas
y señala con el dedo un punto fijo
el resto del mundo me importa una mierda.

Y la vida otra.

Y tú más.

Si, tú que aún piensas que te amo.

Porque al amor si le das más de lo que te pide
te acabará exigiendo más de lo que tienes.

Y yo no tengo nada,
solo a ella,
y ella es de ella y luego mía
y yo soy de todas y de nadie.

Recuerdo cuando las mujeres no tenían cobertura
cuando mi madre se compró un perro para hablar con alguien,
cuando aquella rubia con nombre de diosa mitólogica
me cambió mi corazón por una roca.

Y me duele.

Pero a las once viene Silvana
y hace así con el dedo pim, pam, pum
como si tuviera una varita
y yo me quedo sin memoria.

A las once sí, eso dijo,
con esa voz de
"sé que te duelen los ojos de no mirarme"
y no hay absolutamente nada en la nevera,
como Silvana venga con hambre
esta vez sí
que será mi último poema.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Cada vez que tengo ganas de lamerte me vuelvo poesía

Ejecútame con tu metralleta de palabras,
haz malabares con mi ojos si te observo
desnuda al otro lado de mi vida.

Hazme lamer el suelo en el que pisas,
arráncame la lengua con los dientes
si confundo tu nombre mientras sueño,
tatua con tus uñas en mi espalda
el camino más corto a tu cintura.

Imprégname el aroma de tu pelo,
invítame a vivir bajo tu falda,
inunda mi garganta con tu océano.

Te arrancaré las medias con la boca,
le ladraré a tu pubis que te quiero,
saciaré mi fetichismo en tus tacones,
le rezaré a tus muslos de rodillas
al ritmo que decidan tus dos manos
y que bailen nuestras lenguas sin descanso
la interminable canción de los suspiros.

Invéntate un reloj bajo los párpados
indícame la hora de los besos,
retrásate en la cita con mi piel,
hazme sufrir tu ausencia en cada poro,
haz que te odie más que a los espejos
a que te quiera más que a mi familia
pero no te vayas nunca de mi vida.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La mujer a la que no le gustaban los helados

Igual que se rompen las promesas de los hombres,
rompían las olas contra tus muslos,
era fácil saber después de verte
que la locura más grande que se podía hacer por amor
era ser fiel.

Y lo cierto es que yo jamás he estado demasiado loco.

Exceptuando cuando tu boca se abre
o cuando te baila el tirante en el hombro
al ritmo de una película de Hitchcock,
o cuando a tus labios se le cuelga una sonrisa
o cuando a tus manos le dan por inventarse
el camino más corto que existe
entre el "on" y el "off".

Igual que se vence a una hormiga de un soplido
me ganas tu la piel si lo decides
y no hay bandera blanca ni trincheras
sólo mi cuerpo expuesto a la conquista
de tu implacable ejercito de dedos.

Y eso que pareces vulnerable cuando hablas
de migrañas, de resacas y nostalgias
y hasta dócil si te sorprendo bostezando
con tu pijama de jirafas bisexuales.

Maldigo el autobús que nos separa,
el hilo que sostiene tus botones,
la aguja cruel de tu reloj biológico,
el érase una vez si no hay princesas
que hagan turno de noche en un hostal.

No quisiera tener que hablarle a mi sombra
de todas las neuronas que pierdo
cuando tu nombre le falta a mi boca,
ni del naufragio de espermatozoides por el desagüe,
ni del desamor en el último centrifugado
sin las volteretas acrobáticas de tus braguitas rosas.

Porque yo lo único que necesito
es tenerte en eterna perspectiva,
que devore tu silueta los paisajes
y un portazo nunca suene a un triste adiós
que tus tacones subiendo la escalera
sea la banda sonora de mi vida
y conviertas mi espalda en geografía
cuando te duelan las ciudades que no viste.

Y estar loco solamente por tu culpa.