lunes, 10 de febrero de 2025

LA CRUELDAD DE LO INVISIBLE


DÍA 13


Odio a la mujer de tu contestador.

Tal vez ni siquiera exista

y, sin embargo,

la imagino muy delgada,

con el pelo lacio cayendo sin gracia

más allá de las cejas,

las gafas empañadas,

la nariz puntiaguda,

los labios finos.

Le quedan grandes los pantalones

y pequeño el corazón.

Y estoy seguro

de que nunca vio el mar.


Mi teléfono lo he puesto en silencio.

En cualquier sonido eras tú.

A veces, incluso antes de alcanzarlo,

dejaba que pasara el tiempo.

Es triste reconocer

que lo más cerca

que he vuelto a estar de ti

se lo debo a esa pequeña incertidumbre.


Llevo haciendo el mismo camino

desde que te fuiste.

Nunca me he sentido tan solo.

Paso a diario por el kiosco

de la señora María

y la saludo muy educadamente.

Ella muestra esa efusividad de siempre

y me mueve la mano

como si fuera un abanico.

Hoy he parado allí,

he comprado esas golosinas de colores

que tanto te gustaban.

(Reconozco que es un modo

absurdo de besarte).

Y ella, de golpe,

me ha dicho cuánto tiempo hace

que no me veía.


A esto me refiero:

sin ti, soy invisible.


También Julia, esa simpática mujer

que les echa de comer

a las palomas de la plaza,

en lugar de observarme a mí,

mira el espacio que has dejado.

Es como si fuera incapaz de reconocerme.

Te juro que, en algunos instantes,

le temo más a mi ausencia

que a la tuya.


Lo peor siempre es el regreso.

Ese ruidoso silencio

que golpea las paredes,

como si la inexistencia de tu voz

hiciera crujir los cimientos.

El libro en la mesa esperando tus manos,

la serie nórdica sin acabar,

donde seguro, como siempre,

volviste a acertar al asesino.

La canción que ya no cantas en la ducha.

El chocolate escondido en el cajón

donde guardabas tus pastillas.

El olor casi intacto de tus bragas

en la cesta de la ropa sucia.

Tus zapatos esperándote.

La botella de agua vacía en la nevera.

El beso que olvidaste en la mesita.

La manta encogida en el sofá.

El interminable camino del pasillo,

la cama enorme.

El vacío, el terrible vacío,

como si todo el suelo

fuera un precipicio.

Cada paso es un tropiezo,

cada tropiezo una herida,

y cada herida, tu culpa.


Nunca una casa estuvo tan lejos

de llamarse hogar.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por los lunes ❤️
Es bonito encontrarte aquí, suspendido en el tiempo.
Un abrazo, Maria